jueves, 21 de enero de 2010

Día 3. La pereza

Ayer no escribí, y creo que esta claro porque. Me pudo la pereza.

He comprobado que estar todo el día sentado o tumbado conlleva no querer dejar de estar sentado o tumbado.
Que cualquier movimiento que te saque de ahí, que conlleve dejar de estar por un segundo sentado o tumbado, es percibido como una tortura o un castigo inexplicable, inmerecido, irracional, incomprensible, pero sobre todo: incómodo de narices.

Lloriqueamos por el día en que se invente, y se comercialice, el teletransportador de moléculas que nos desplace hasta el baño sin sacarnos ni un suspiro.
Por tener los superpoderes necesarios para acercar la nevera al sofá con un simple pensamiento y que no le falte eso que nos está apeteciendo.
Porque el teléfono se vuelva tan inteligente como la raza humana y sepa contestarse sólo de manera coherente como lo haría una teleoperadora del servicio de atención al cliente - o incluso mejor -.
Por ser temporalmente sordos e incapacidos para responder a los gritos de colaboración que, desde otra habitación, alguien nos hace para que vayamos, ni aunque el problema fuera un "mayday" en toda regla.

En fin: para que nada ni nadie pertubara la paz que nos da el sufrido síndrome del deseado movimiento cero...
Sufrimos.

(El síndrome del movimiento cero es una cuestión que merece un segundo de mi atención, análisis y reflexión cabilante.
Creo que, desde este instante en el que se me acaba de ocurrir esta estupidez supina, debería registrarlo para que, en el futuro, ningún psicólogo, psicoanalista o antropólogo me lo robe y crea que la obra de creación de la concatenación de estos términos es suya...insensato él)

Ayer no escribí, y creo que está claro el porque. Sufrí el síndrome del deseado movimiento cero.
Y cómo se sufre al saber que antes o después tendrás que cambiar tu posición corporal y dejar de estar sentado o tumbado.

Como un niño que excusa su pereza o falta de responsabilidad aludiendo que fue el perro, quién de manera descortés y en un ataque de locura, se comió sus elaborados deberes, yo excusaré la mía aludiendo a un síndrome patológico de moderno descubrimiento, de patente aún pendiente, para disculparme sutilmente ante tí que usas tu tiempo en leerme.

Hace hoy cuatro días que no fumo y podría decir que ya no recuerdo cómo era capaz de fumar cuando sentía los síntomas del mencionado (y ya hasta la saciedad) síndrome inventado - totalmente sobre la marcha -. Claramente, debía de tener superpoderes.

martes, 19 de enero de 2010

Día 2, La avaricia

Hay un sucedáneo de tradición, unida a la osadía, o locura, de dejar de fumar, muy simple y que dice así:

Cada día has de meter,
en una hucha o similar,
el dinero que en tabaco
te habrías de gastar.
Así al mes, a los dos meses,
o cuando las rebajas llegen,
habrás ahorrado
lo que no te has fumado,
y te lo pondrás gastar
en lo que te guste más.

Hoy es 20 de enero, ya son las rebajas.
Y allá que voy. Sin que me haya dado tiempo a ahorrar más que seis míseros euros.

Vuelvo con 200e menos.
Tengo que poner sólo la "e". Si pongo "doscientos euros" el suelo que piso tiembla, se abre la tarima flotante que pusimos nueva hace no mucho, y se materializa un foso redondo y oscuro, frio y húmedo, donde van a parar mis ganas de vivir.
Asique mejor pongo sólo la "e".

Lo peor de ir de compras no es lo mucho que me he gastado; Es la sensación de vacio interior que me queda al salir de La Vaguada, 3 horas después, cargada de bolsas, y esperar a que el 132 venga y me lleve a casa... esperar sin poder fumarme ese cigarro que me sirve para analizar lo comprado, echar las cuentas, sumar tickets de esto y de aquello, pensando si al final voy a cambiar esto y cuando podré estrenar aquello.
Pero soy más fuerte que la tentación. Y el 132 es más rápido que un rayo.

La avaricia me ha inutilizado. No tengo manos para sacar el abono, ni para agarrarme, ni para darle al botón de "parada solicitada", pero me siento como una diva... aunque sin el caché que parece dar el sujetar un cigarro como Audrey, me sigo sintiendo divina igual. Mi cuenta del banco prefiere que fume, pero a mí la avaricia me sienta genial.

Llego a casa y veo que sí que hay alguien ahí. Que alguien me lee, y me comentan y todo.
Tengo que daros... pero ¿qué digo "daros"?
Tengo que darte las gracias. Soy tan fuerte como los apoyos que recibo sumados.

Recomendación: http://www.asos.com/
Por si la avaricia, o el tabaco, os deja ahorrar para vestir como en Londres se hace.

Día 1. La envidia

Pensabas que no llegaría el día, pero no caerá esa breva. Ya lo decía Murphy (y sino, le pega todo decirlo) que si no quieres que llege el día en el que tienes que dejar de fumar - por autoimposición -, el día llega antes de lo que es físicamente posible.

Anoche me fumé el que espero sea mi último "piti", y no lloré ni nada...insensata. No sabía lo que se me venía encima.
Ahora llevo unas 27 horas sin fumar. Estoy batiendo un record personal inimaginable y de incalculable valor (cuantificable). Sé que debería sentir orgullo. Pero lo único que siento es envidia.

Sí, envidia de tí, que mientras me lees te enciendes un palito de placer.

Y de tí que me pides en el patio de la universidad un cigarro sin saber el daño que le haces a todo mi bolso, que sufre en (obvio) silencio la nostalgia del paquete de Lucky Strike que siempre viaja con nosotros - línea 7 arriba, línea 7 abajo -.

Y sí, también de ti, que fumas y fumas por la ventana de clase antes de que llege el profesor... Sin compasión alguna pides un "calo" al de al lado, me miras, siges la conversación, como si el humo exhalado no hubiera entrado ya en el campo de mis capacidades olfativas, como si mi nariz fuera ciega y yo fuera tonta.
No te mofes, que te veo. Y sufro envidia. Sienteté orgulloso.